Prólogo
Por Eduardo Lucio Molina y Vedia
Lucia Giaquinto: la
lograda sencillez
P |
oemario nacido como revelación de una
experiencia entrañable, en medio de la belleza de un paisaje casi virgen y la
genuina fraternidad en literatura y las artes, el presente libro de la
entrerriana Lucia Giaquinto es un canto desatado contra viento y marea, un
himno a la naturaleza inabarcable y al erotismo surgido en el ámbito propicio
de los afanes creativos. Temática urdida sobre la trama del asombro, testimonio
de su personal descubrimiento de México en esa feliz celebración de la cultura
popular que es desde hace más de una década, cada Semana Santa,
Versos
breves enhebran una melopea fascinante que nos trae aromas, aires,
resplandores, de pronto el impacto doloroso de la desgracia, todo el mundo
simple y contrastante de este viaje nuestro por el tiempo, por la vida.
Mariachis
y lentejuelas, trompetas y trajes de luces, sombrerotes charros, chocan con la
imagen trágica y mendicante de la pobreza, impacto crudo, fatal, que lastima la
rosa del poema, esa rosa que Raúl González Tuñón quiso blindada. Así, la imagen
de
“Y a la
salida
de la
milonga,
se oye
una nena
pidiendo
pan...
Por eso
es que en el gotán
siempre
solloza una pena...”
Y enseguida se despliega la
vastedad del Océano Pacífico, sus lunas, su incesante y tornadizo verde-azul,
sus cielos y soles desmedidos, nocturnal levitación de fábulas.
Oleaje que parece prolongarse en la feliz devastación del amor libre de
convenciones, manos urgidas sobre piel desnuda y anhelante, lava que calcina
las mieles del deseo:
“geografía tumultuosa
que se agita
en escaladas de colinas
y baja por curvas de cintura
hasta la ventral planicie.”
Las manos serán entonces desbocado afán, “habitantes sin rumbo de la piel,
estridentes aullidos en las rocas, filosos marfiles desgarrando cielos”.
Todo se despliega. La tácita cita. Y el sol incendiando la
carretera y el silente llanto de la despedida, agua fresca del poema. Y la
cópula sediciosa, rebelde, agitada comunión de cuerpos y mentes
“Acompasado
latimiento.
Vibración de músculos.
Erizadas pieles.
Superficiales
mordeduras de labios
inquietos.
Interno galopar
de deseos.”
Paroxismo seguido de las horas vacías, de la espera ausente,
del obstinado rugir de los vientos que barren sueños imposibles más allá del
misterio donde surgen los abismos, los ajetreos ajenos, el absurdo, la
propiedad privada de los afectos.
“Tu latir de hombre
que excita mi sangre
Proyectándome a un mundo
Ese...
Que hemos creado.
Sueños...
Diamantes pulidos.
¡No toquen mis sueños
que son sólo míos!”
Reclamo, revolución interior de la mujer poeta, marcada por
el estigma y el fraude de la lealtad, tragando la saliva y la sangre de los
celos, que destila en borbotones la savia de su avidez, la voracidad de
caricias y besos que no llegan. Frío instalado en el torrente de sus horas,
asfixia coagulada sobre el vacío “desnudo de placeres compartidos”.
Y el “Desierto”, ese sobrio y despojado canto de desamparo:
¿Dónde
están?
He
quedado sola...
Ellos
también se fueron.
¿Acaso
me buscan?
¿O
sufro sin saberlo?
(................)
No
puedo pensar... Sólo rechazo
la
falta de nombres queridos.
Las
palabras repletas de sabores
que
aún no he sentido.
Misterios ofrenda el mar por cada
nostalgia y va dejando “ausencias de profundas huellas” en el “infinito verbo
del silencio”.
Ave herida hacia áureos parajes de levitación,
amansada quietud de aguas y tifones
EDUARDO
LUCIO MOLINA Y VEDIA – MÉXICO (2004)
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